Princesa idealizada… Emperatriz de La Mancha… Estrella inalcanzable en lo alto de los cielos… Reina del Toboso… Musa de sus pensamientos… Ninfa etérea, como su nombre indica…
Así ve Don Quijote a esa aldeana desprovista de belleza, de gracia y donaire, zafia y ruda, que él, en su loco amor, idealiza adornándola de toda clase de gracias y dones transformándola en el sueño y amor que todo un Caballero Andante ha de tener.
Idealizado amor el de Don Quijote por una mujer nacida de la imaginación de un loco soñador. Este amor, por consiguiente, es producto de su locura. No es verdaderamente amor sino una ilusión no real, una autosugestión. Don Quijote se enamora imitando a Amadís de Gaula, a quien admira y tiene como prototipo de caballeros andantes enamorado apasionadamente de la bellísima princesa Oriana. Y por ende, asimismo, Don Quijote piensa, que él, ha de sentir un amor ideal a imitación de Amadís de Gaula, hacia una dama nacida de su exaltada imaginación.
El hidalgo, pues, no enloquece por estar enamorado, sino que se enamora por estar loco. Pero este amor que siente hacia su dama Dulcinea es un amor sublime, rendido, pleno de fervor, admiración y sumisión hacia la dama de sus pensamientos a quien dedica todas sus “victorias”, sufre con su irreal ausencia y suplica como fiel amante que no desdeñe su amor.
Y pensando en el nombre que había de dar a su amada, Don Quijote halla apropiado para tan alta señora el de Dulcinea del Toboso, al creerla natural de aquel lugar:
Pareciole bien darle el título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, nombre, a su parecer, músico y significativo.
¡Cómo se holgó nuestro buen caballero cuando halló a quien dar nombre de su dama!
Para él, Dulcinea abarca todas las perfecciones, no hallando en ella defecto alguno que pudiese afear a la dama de tan gran caballero:
Es bella, refinada, perfumada, en ser hermosa ninguna la iguala y en la buena fama, pocas le llegan. Sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve…
El amor de Don Quijote por Dulcinea es por tanto idealista, ya que jamás llega a conocer a esa dama adorada por él y que en la distancia le hace sufrir por su ausencia, puesto que jamás llega a conocerla ya que solo existe en su mente de enamorado:
¿No te he dicho mil veces, Sancho, que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio y que solo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta?
Al mismo tiempo, su amor es absolutamente rendido, siguiendo los cánones de los Caballeros Andantes, obedeciendo y dispuesto a acatar todo lo que ella desee y ordene:
Bien te puedes llamar dichosa sobre todas cuantas hoy viven sobre la tierra ¡Oh, sobre las bellas Dulcinea del Toboso! pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será Don Quijote de la Mancha.
Y, asimismo, ha de mantener ese amor en secreto a fin de evitar murmuraciones de envidiosos y traidores que calumnien a su dama o transformen su belleza en una moza fea y vulgar:
¡Oh, envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! El vicio de la envidia, Sancho, no trae sino disgustos, rencores y rabia.
No se contentaron esos traidores de haber vuelto y transformado a mi Dulcinea, sino que la transformaron y volvieron en una figura tan baja y tan fea como la de aquella aldeana, y juntamente le quitaron lo que es tan suyo de las principales señoras, que es el buen olor por andar siempre entre ámbares y entre flores.
Nuestro Caballero de la Mancha, en su locura de amor, ve a su amada como un ser superior a él, así como también se considera su vasallo y servidor, a la cual dedica sus triunfos en las fantásticas e imaginarias lides con otros caballeros, defendiendo a los necesitados o el honor de alguna dama:
Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.
Don Quijote, viendo esto, embrazó su adarga, y puesta mano a su espada, dijo: ¡Oh, señora de la hermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío! Agora es tiempo que vuelvas tus ojos de tu grandaza a este tu cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo.
El amor por Dulcinea convierte a nuestro hidalgo en un valiente caballero que no se amedrenta ante cualquier peligro que él encuentre en su caminar por los senderos protagonizando hazañas y “desfaciendo entuertos”, llegando incluso a salir descalabrado en alguna aventura con quien se atreva a desvirtuar a la sin par Dulcinea:
¡Oh, señora de la hermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío.
Tomaré la bendición y buena licencia de la sin par Dulcinea del Toboso; con la cual licencia pienso acabar y dar felice cima a toda peligrosa aventura porque ninguna cosa de esta vida hace más valiente a los caballeros andantes que verse favorecido de sus damas.
Su amor le hace ser fiel y leal a su dama y, si se diese el caso de que pudiera casarse con alguna princesa, jamás la cambiaría por al amor de su adorada, la más bella del mundo, aunque ese amor no fuese correspondido. No obstante, Don Quijote alberga la esperanza de que su actitud de fiel enamorado le hará ser digno del corazón de Dulcinea:
Sancho, irás al Toboso donde dirás a la incomparable señora mía Dulcinea que su cautivo caballero murió por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo.
Asimismo, su amor es solitario, pues su amada no se encuentra cerca y solo él piensa en ella. Por tanto, ese amor en la distancia hace que crezca cada día más cargado de sufrimiento al no tenerla a su lado:
¡Oh, Dulcinea del Toboso, día de mi noche, gloria de mi pena, estrella de mi ventura, así el cielo te dé la buena nueva en cuanto acertares a pedirle que considere el lugar y el estado a que tu ausencia me ha conducido!… ¡Oh!, solitarios árboles, que desde hoy en adelante habéis de hacer compañía a mi soledad…
Doliente, a su vez, es el amor de El Caballero de la Triste Figura hacia su adorada y así, en su dolor, le envía la siguiente carta lamentándose de sus desdenes:
Soberana y alta señora: El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu hermosura me desprecia, si tus desdenes son en mi afincamiento, mal podré sostenerme en esta cuita, que además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía! del modo que por tu causa quedo: si gustares acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto; que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura.
Resumiendo, el amor de Don Quijote por Dulcinea puede decirse que es un amor idealista, romántico, fiel, leal, devoto, cortés, sufrido, no correspondido, valeroso, quijotesco…, pero amor al fin. Auténtico y verdadero amor de un bendito loco por una mujer que tan solo vive en su delirio de enamorado, que jamás llegó a cristalizarse y tan solo existió en la mente de un loco idealista.
Y me da por pensar…, ¿no es cierto que a cualquiera de nosotras quizá nos gustaría también despertar un amor tan romántico como el que sintió por Dulcinea Don Quijote, soñando con un amante desconocido aunque fuese en la distancia? Y en el fondo, ¿no envidiaríamos un poco a Dulcinea por despertar ese idealizado amor que Don Quijote sitió por ella?
Carmen Carrasco Ramos, Delegada Nacional Granada Costa
Publicado en el periódico Granada Costa Nacional el 21 de enero de 2.025