18 de octubre de 2015
Voy paseando, sin dirección determinada, en una tarde de tórrido verano valenciano y, casi al azar, me veo en la plaza de la Reina ante la puerta principal de la catedral, llamada Puerta de los Hierros, de estilo barroco. Me decido a entrar, al menos en su recinto, entre esas venerables paredes de piedra, me aliviaré de las altas temperaturas reinantes en el exterior. Hace tiempo que no visito este hermoso templo, comenzado a construir en el siglo XIII, de estilo gótico predominantemente, aunque conteniendo también elementos románicos, renacentistas, barrocos y neoclásicos, y me agradará volver a verlo, despegarme algo del mundo terrenal y acercarme un poco al espiritual, que falta nos hace.
Recorro sus naves despacio, recreándome en las ocho capillas, sus bellos altares, sus imágenes y pinturas y, sin darme cuenta, me encuentro ante la tumba del gran poeta valenciano Àusias March. Con respeto, me paro a contemplarla recordando lo admirable de su obra y el significado que tuvo para las letras del Siglo de Oro valenciano. En realidad, de todos los tiempos pues innovó totalmente la literatura valenciana y su influencia repercutió sobre muchos autores posteriores.
La catedral se halla casi en penumbras y apenas hay unos pocos fieles esparcidos por su enorme recinto. Sola, ante la tumba del poeta, algo sobrecogida, comienzo a rezar lentamente una oración por su alma. De repente, me siento como aislada de todo cuanto me rodea y… ¡no es posible! Envuelta en una nube de incienso aparece su imagen, intangible, irreal, evanescente. Quiero huir de allí pero no me es posible moverme y permanezco estática al pie de su tumba, mirando sin pestañear esa figura nebulosa venida del más allá.
Y, rompiendo el silencio reinante, surge la voz del espectro, tranquilizadora, dirigiéndose a mí.
No temáis, señora. He oído vuestra plegaria pleno de gratitud pues ha mucho tiempo que nadie rezaba ante mi tumba.
Turbada y sin salir de mi asombro, me atrevo a preguntarle:
¿Eres de verdad el espíritu de Àusias March?
Sí –responde-. Mi ánima siempre está vagando alrededor de aqueste lugar en que me hallo y de vez en cuando me es permitido hacerme visible a algún mortal, como ahora lo hago ante vos.
Yo estaba maravillada ante aquella alucinación de que era objeto y, como una luz que se encendiera en mi mente, se me ocurrió que sería gratificante e insólito hacerle unas preguntas (la afición a entrevistar me quedó desde aquel curso de periodismo que hice in illo tempore, ya casi olvidado), ya que gozaba del privilegio de aquella visión inesperada. Y sin pensarlo dos veces, aunque no sin cierta timidez, me dirigí respetuosamente al espectro:
Mossèn Àusias March, ¿me permitiría hacerle una entrevista? Quiero decir, unas preguntas, por si desconoce el significado de la palabra entrevista. Sí, ya sé que es algo inaudito e inverosímil y que después nadie va a creerme, pero siento curiosidad por saber algunas cosas suyas y sólo su merced podría aclarármelas, si fuera tan amable de contestarlas.
Adelante, mi señora. Preguntad cuanto deseéis que soy presto y gustoso a contestaros. Ya sé que las mujeres siempre han sido muy dadas a enterarse de todo lo que sucede a su alrededor.
Noto un cierto tono misógino pero hay que tener en cuenta que eran otros tiempos, así que alentada por sus palabras, le formulo la primera pregunta.
Mossèn Àusias, hay cierta confusión acerca del lugar de su nacimiento. Según distintas versiones, unos dicen que nació en Beniarjó, otros, que su lugar de nacimiento fue en Gandía y hay una tercera opinión que asegura que nació en Alicante. ¿Podría aclararme cuál es el verdadero lugar donde vio la luz?
Mi señora, cualesquiera de aquestas villas me son muy queridas y sería muy honrado de haber nascido en ellas, pero bástele saber que, ante todo, soy valenciano y universal.
Buena respuesta, señor. Y ya que es tan amable al concederme esta entrevista, siento curiosidad (sí, la curiosidad de las mujeres, no me lo repita), ¿cómo es que un espíritu tan sensible como el suyo vivió aquella etapa de guerrero tomando parte en las expediciones que el rey Alfonso V el Magnánimo realizó por el Mediterráneo?
¡Ah, mi señora! Fue una etapa de juventud en la cual la sangre es ardiente y se tiene ansia de aventuras y torneos y de conquistar nuevas tierras para el rey, tornando a la fin victorioso de las batallas y venturoso de alcanzar títulos y honores y de ser armado caballero, como a mí se me hizo en el año 1319. Pero ha de saber que una vez aplacada la sed de batallar, me retiré, con tan sólo veintisiete años, a la villa de Gandía para administrar mis propiedades en paz y sosiego, y más tarde víneme a morar a la hermosa ciudad de Valencia.
Durante este periodo de paz y relax tengo entendido que tuvo una estrecha amistad con el desdichado príncipe Carlos de Viana, heredero al trono de Navarra.
Ciertamente, señora. Dice muy bien al referirse a él como desdichado ya que así vivió, siempre en prisión por orden de un padre muy desnaturalizado, para venir a morir envenenado por unas malas yerbas que le fueron dadas a beber. Malogrando de aqueste modo un buen rey y un buen poeta con el que hube una entrañable amistad.
Noto en la voz del espíritu como un cierto tono de tristeza al recordar al amigo y para animarlo paso a un tema que sin duda disipará su pesar.
Si me es permitido, y no es indiscreción por mi parte, ¿querría hablarme ahora de su vida amorosa?
¡Ah, dona curiosa! No sé si debo hablar de este tema pues soy un caballero. Bien, algo le diré, ya que mi vida amatoria lo fue muy azarosa y gocé de muchos placeres carnales. Para mí, las mujeres, lejos de aquellas idealizadas o platónicas al estilo de Dante o Petrarca, eran reales, de carne y hueso, con sus vicios y virtudes, amadas de verdad. Amé mucho, pues era de naturaleza ardiente, y fruto de aquestos amores nasciéronme varios hijos bastardos. Mas, a mi pesar, no hube ningún heredero legítimo.
Mossèn, usted me está resultando todo un latin lover del siglo de Oro. Hábleme ahora de sus dos matrimonios.
No sé qué es aquesto de latin lover, a no ser que se refiera a la culta habla latina. Pero, de todas maneras, hablarele ahora de mis casamientos. Caseme en primeras nupcias, aunque algo talludo, ya cumplidos los cuarenta años, con doña Isabel Martorell, hermana de Joanot Martorell, autor de “Tirant lo Blanc”, de gran fama y renombre. Pero a los dos años del desposorio quedeme viudo y hube de casarme de nuevo con Joana Escorna, quien por desgracia, también fallesció poco después, no habiendo, como le dije, descendientes legítimos con ninguna de entrambas mujeres. No lo quiso el cielo, a pesar de mis buenos oficios.
¿Le parece que pasemos ahora a su extensa obra literaria? Tengo entendido que rompió todos los cánones al uso de la tradición trovadoresca de los poetas provenzales.
En efeto. Aquella poesía era en sumo artificiosa y yo fui el creador de una poesía íntima, desprovista de toda ficción, real. Comencé a escribir en el año 1430 y casi toda mi obra escribila en versos decasílabos, en coplas cruzadas o encadenadas, usando un muy culto lenguaje. Compuse 128 poemas, muchos de los cuales me fueron traducidos al castellano, y mi obra influyó de manera notable en la poesía del Renacimiento.
Cantele al amor, tema muy importante para mí, tanto al amor carnal como al amor espiritual. Cantele a la muerte, al fallescer mi segunda esposa Joana, a su ausencia, al recuerdo del tiempo pasado. Sentime, incluso, culpable de su muerte.
Calla el poeta por unos instantes, evocando sin duda “Los cantos de muerte” escritos en aquella etapa triste de su vida y dedicados a su esposa. Respeto su silencio y, al fin, me decido a hablarle de nuevo.
Si no estoy equivocada, su obra maestra es “El canto espiritual”. ¿Querría hacer algunos comentarios sobre ella? El espectro, al oír de nuevo mi voz, torna a la realidad, dejando atrás el pasado, y amablemente me responde:
Con sumo placer, señora. Mi “Canto espiritual” es como una larga oración dirigida a Dios y escrita en segunda persona. Consta de 224 versos en rima libre, como yo gusté de vivir, aunque en ellos muéstrome preocupado por hallar el camino de Dios, temiendo ser condenado por haber caído en el amor loco de juventud, de lo cual arrepiéntome. Incluso en aqueste poema ruégole a Dios me acorte la vida por no caer en más pecados ni tentaciones carnales. Aqueste largo poema, según oí decir estando ya en otra dimensión, está considerado como uno de los más importantes del Siglo de Oro valenciano. Oí decir también que ejercí grande influencia en importantes poetas tales como Garcilaso, Boscán, Fernando de Herrera y Gutierre de Cetina y que toda la poesía del siglo XVI fue un intento de remedar a la mía. Lo cual me place mucho, aunque en mi mundo, las vanidades ya no las sentimos como los mortales. Tenga en cuenta, señora, que somos espíritus puros.
Creo adivinar como un asomo de sonrisa en el tono de voz de la aparición al añadir con picardía:
Espíritus, ahora. Humanos, antes.
Llegado a este punto, creo prudente dar por finalizada la entrevista y así me disponía a manifestárselo al espíritu de mossèn Àusias March cuando, apenas perceptible, escucho un suspiro llegado del más allá y él es quien esta vez, con acento melancólico y un tanto preñado de sentimiento, me dice a modo de despedida:
Mi señora Carmesina, ¿me permite que la llame así como lo haría el gran Joanot Martorell? Se ha consumido el tiempo y mi ánima ha de tornar al mundo de las sombras y abandonar aqueste terrenal de los mortales. He sido muy gustoso de contestarle a todas cuantas preguntas me han sido hechas por su persona y he sentido sumo placer al conocerla pues su compañía ha mitigado durante un instante de tiempo mi soledad, aunque para nosotros los espíritus el tiempo no tiene medida pues estamos vagando en la eternidad.
Torno, pues, al mundo del silencio. Quizá dentro de un cierto tiempo, que pueden ser siglos, milenios, me sea permitido aparecerme a otro mortal que alivie de nuevo la soledad en que me hallo.
Siento pena por el espíritu y, espontánea, tiendo mi mano hacia él pero, en un instante, se desvanece la visión y todo vuelve a la realidad. Me hallo en la catedral, ante la tumba de Àusias March, los fieles siguen con su devenir por el templo, todo continúa igual que cuando, sin pensarlo, me encontré ante este lugar. ¿O alguien me empujó hasta aquí? ¿Quizá fue el espíritu del gran poeta?
Me retiro despacio, aún anonadada, y cuando salgo al exterior de la catedral y el calor de nuevo me envuelve como una oleada ardiente, no hallando otra explicación a lo vivido hace unos momentos, comento realista:
¡Este calor me ha trastornado los sentidos!.
© 2015 Carmen Carrasco. Para la antología de AUSIÀS MARCH
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