La estrella y el niño – artículo en Granada Costa

Afortunada Estrella de Oriente
que adoraste a Dios.
Las estrellas brillaban en la noche,
cual pequeñas luciérnagas, flotando
en el vacío infinito del espacio.
Semejaban un velo transparente
tejido con hilos cósmicos dorados.
Esa eterna armonía sideral
se vio sorprendida en el silencio
por una luz brillante y cegadora
que eclipsó a cuantos astros existían
con su radiante luminosidad.
Era una nueva estrella, un nuevo sol
nacido en el azul, obra de Dios,
para anunciar a todo el universo
la llegada al mundo del Mesías.
El nacimiento de un Niño Redentor.
Bajó la hermosa estrella del celeste,
atravesando vagas nebulosas
y mundos misteriosos y lejanos,
hasta posarse al fin en el Portal
y adorar al Niño-Dios humildemente.
El pequeño Jesús, desde su cuna,
entreabrió los ojos y miró a la estrella.
Y sonriendo le dijo agradecido:
Tu luz brillará por siempre junto a mí
luciendo en el Portal eternamente.
Guiarás en tu camino a los tres Reyes.
Ornarás el abeto en los belenes.
Y serás la luz que cada año
anuncie una nueva Navidad
a los hombres de buena voluntad.
Y el Niño-Dios, feliz desde el pesebre,
iluminado por la luz divina
que envió su Padre desde el Cielo,
con sus santas manitas bendecía
a su querida Estrella del Oriente.

LOS TRES MAGOS DE ORIENTE

Hermosa Estrella de Belén que viniendo de los espacios celestes descendió a la tierra y se posó en el portal para alumbrar al Niño Dios. Mítica Estrella que en su camino guió a los Reyes Magos hasta Belén para adorar al recién nacido y ofrecerle sus presentes: oro, incienso y mirra. Oro, como Rey. Incienso como Dios. Mirra, como Hombre.

Eso, al menos, dice la santa tradición. Hermosa tradición que ha hecho soñar a tantos niños a lo largo de la historia la noche del 5 de enero de cualquier año, en la víspera de Reyes, festividad de la Epifanía, ya que la iglesia también celebra el 6 de enero la fiesta de los Santos Reyes Magos. ¡Qué noche de ilusión! Y aquí meto a niños y puede que, incluso… a muchos mayores pues el corazón siempre es joven y también se alegra al recibir su regalo.

¡Qué vistosas las cabalgatas que en cada ciudad española se celebran! Como nota curiosa, la primera cabalgata que se celebró en España fue la muy famosa de Alcoy, en el año 1866, tradición que se extendió al resto del país incluyendo algunos países de cultura hispana.

Impresionantes carrozas engalanadas de guirnaldas, flores, luces de mil colores, cada una representando un motivo distinto y, sobre ellas, personajes ataviados con vistosos ropajes lanzando miles de caramelos para alborozo de los niños, y los menos niños, tratando de alcanzarlos. Y como apoteosis final, la aparición de las majestuosas carrozas portando a los Reyes con rica pompa y ceremonia haciendo las delicias de los pequeños.

Recuerdo, cuando era niña, aquellas genuinas cabalgatas que organizaban en mi querida Melilla con los tres Reyes montados en auténticos camellos, nada de carrozas. Mi preferido, Baltasar, era “de verdad”, no pintarrajeado de negro, caricatura ridícula del personaje que no engaña ni al más ingenuo de los niños. Esa noche, hasta creía verlos aparecer en mi habitación, como sombras silenciosas, y dejar los regalos bajo mi cama. El año que por fin me trajeron la muñeca Gisela –más bonita que la Mariquita Pérez, aunque no tan famosa-, me pareció un sueño. ¡Era casi más grande que yo! Aún la conservo como viva presencia de mi niñez.

Pero, ¿quiénes eran en realidad aquellos hombres? No eran reyes, por supuesto. Ni magos. Ni siquiera eran tres. Eran unos hombres sabios, nobles de nacimiento, ricos e influyentes, estudiosos de los astros e, incluso, consejeros de la realeza. Ellos habían estudiado las escrituras hebreas y supieron de la profecía de Daniel prediciendo la llegada del Mesías y sabían que su hora ya se acercaba.

La noche en que nació Jesús (que tampoco era una noche fría ni cubierta de nieve, puesto que en Palestina no nieva), los sabios divisaron una luz misteriosa que apareció en el cielo –un cometa probablemente-, que se volvió una estrella luminosa, y sabedores de los escritos sagrados, se pusieron en camino guiados por la estrella hasta llegar a Belén. Y, según la tradición, hicieron un alto en su camino ante el palacio del malvado rey Herodes, aquel rey envidioso de Jesús recién nacido, pensando que le arrebataría su trono y, por eso, mandó degollar a todos los niños menores de dos años. De ahí proviene el Día de los Santos Inocentes y las “inocentadas” que se dan ese día a los amigos.

En los Evangelios, sólo el de San Mateo hace mención de estos “magos”, sin precisar sus nombres ni el número de ellos. Más tarde, en el siglo III, se estableció que podrían ser reyes y en número de tres, ya que hasta entonces se los representaba como dos, tres, cuatro e, incluso, hasta doce, como los apóstoles y las doce Tribus de Israel. En cuanto a sus nombres, no se conocerían hasta el siglo VI en que aparecen por primera vez en el mosaico de San Apollinaire Nuovo, en Rávena, en el que ya vienen representados con ricos ropajes persas, distintas edades y con los nombres escritos sobre sus imágenes: Melchor, Gaspar y Baltasar. Sin embargo, el rey Baltasar, mi preferido, no aparece con su tez negra hasta el siglo XV. Se dice que, de este modo, se representaban a las tres razas de la Edad Media: europea, asiática y africana. Y los tres Reyes, en perfecta armonía y concordia, aunando a las mismas.

En España se inició la tradición de convertir la noche de Reyes a partir del siglo XIX. No se sabe, al menos yo no lo sé, de quién partió la feliz idea pero es una tradición que no debe desaparecer, así como la de montar belenes en las ciudades. Y digo esto porque, desgraciadamente, los están suprimiendo en bastantes localidades.

Y hasta aquí, lo que sabemos sobre los Reyes Magos, pero no necesitamos más. Con su aureola mítica y la ilusión con que los niños los han envuelto, se han convertido en personajes legendarios y, junto al Niño Dios, en protagonistas de nuestra Navidad, pese a ese “personaje” importado que nos han impuesto, que no tiene nada que ver con nuestra sagrada tradición. Antiguo muñeco color verde anunciando un refresco de cola, que luego vistieron de rojo, tratando de desplazar a nuestros entrañables Reyes Magos de Oriente.

Espero que, al paso que vamos, con los años no lo consigan y que podamos seguir celebrando ilusionados muchas noches de Reyes y los niños no olviden que a quien hemos de adorar es al Niño Jesús, protagonista absoluto de la Navidad.

En honor de los Reyes Magos incluyo este tierno poema naïf de Gloria Fuertes, la amiga de los niños. Poema que representaron un año mis pequeños alumnos de 1º, recitando de memoria sus versos y actuando como grandes “profesionales”.

EL CAMELLO COJITO

(Auto de los Reyes Magos)

El camello se pinchó
con un cardo en el camino
y el mecánico Melchor
le dio vino.
Baltasar fue a repostar
más allá del quinto pino…
E intranquilo el gran Melchor
consultaba su “Longinos”.
-¡No llegamos,
no llegamos
y el santo parto ha venido!
Son las doce y tres minutos
y tres reyes se han perdido.
El camello cojeando
más medio muerto que vivo
va espeluchando su felpa
entre los troncos de olivo.
Acercándose a Gaspar,
Melchor le dijo al oído:
-Vaya birria de camello
que en Oriente te han vendido.
A la entrada de Belén
al camello le dio hipo.
¡Ay, qué tristeza tan grande
en su belfo y en su tipo!
Se iba cayendo la mirra
a lo largo del camino,
Baltasar lleva los cofres,
Melchor empujaba el bicho.
Y a las tantas ya del alba
-ya cantaban pajarillos-
los tres reyes se quedaron
boquiabiertos e indecisos,
oyendo hablar como a un Hombre
a un Niño recién nacido.
-No quiero oro ni incienso
ni esos tesoros tan fríos,
quiero al camello, le quiero.
Le quiero, repitió el Niño.
A pie vuelven los tres reyes
cabizbajos y afligidos.
Mientras el camello echado
le hace cosquillas al Niño.

NAVIDAD 2020

Querida familia de Granada Costa. De nuevo nos encontramos ante una nueva Navidad… diferente de todas las vividas a lo largo de nuestra vida. No habrá alegres villancicos. Apenas podremos reunirnos con nuestros queridos familiares. Dicen que, incluso cuando nos juntemos los seis o diez comensales, que en esto tampoco se ponen de acuerdo, no nos quitemos las mascarillas. ¿Nos darán permiso para hacerlo mientras cenemos? Habrá que consultarlo…

Las cosas han venido así y como obedientes ciudadanos cumpliremos con las normas. Tan solo nos queda el deseo de que del Cielo nos venga un rayo de Luz que ilumine estos días oscuros y vuelva a reinar la claridad y la esperanza en nuestras almas.

Yo, de corazón, os deseo todo aquello que querría para mí y los míos: Paz, armonía, prosperidad, los momentos de felicidad que la vida pueda darnos… Pero, sobre todo, Salud, que es el mejor regalo que podemos recibir esta Navidad.

Os dedico a todos la siguiente historia que me ocurrió hace unos años. ¿Qué no os lo creéis? ¡Todo es posible en Navidad! Hasta que se lleve para siempre este bicho, huésped indeseable al que nadie ha invitado.

¡Feliz Navidad 2020!

LA ALUCINACIÓN

Aquella noche de diciembre volvía yo de regreso de una de las asociaciones literarias a las que pertenezco, después de haberse celebrado allí el recital de poesías navideñas que suele hacerse siempre que se acerca la Navidad. Gracias a estas asociaciones, que tanto han proliferado estos últimos tiempos, la poesía, cenicienta de la literatura, sigue en auge pues, por fortuna, mientras haya personas llenas de sensibilidad que escriban bellos poemas, la poesía existirá siempre. Yo, profesional pero sin sentir ese espíritu navideño que alegra los corazones y llena de paz a las gentes, aunque sólo sea por unos días, recité como una más de los componentes del grupo mi poema, el cual iba dedicado al Niño Dios. Convencida de la hipocresía de esas fiestas, hacía mucho tiempo que no creía en ellas. La vida y sus avatares te va cambiando y te vuelve un poco indiferente a casi todo. Tampoco adornaba mi casa, como antaño, con motivos navideños escogidos con ilusión, cada vez diferentes y de distintos colores. Un año, en tonos azules, otro, en dorados, rojos, plateados… Por supuesto, no pensaba celebrar tampoco la cena de Nochebuena, aunque en mi mente todavía quedaban, como agazapados, los recuerdos de aquellas pasadas Navidades con toda la familia cantando villancicos alrededor del Belén. Eran otros tiempos. Ahora faltaban demasiados seres queridos y su ausencia en esas fechas se notaba aún más. Francamente, pasaba de las Navidades y de toda su parafernalia.

Volvía a casa, como dije, por aquel solitario paseo, un poco tétrico y oscuro a aquella hora. La noche, invierno cerrado, era bastante desapacible. Un fuerte viento, ululando en el silencio reinante, azotaba mi rostro y hacía caer las hojas secas de los árboles alfombrando el suelo con ellas. Al pisarlas, parecían emitir un crujido como si fuese el lamento de sus vegetales almas al ser aplastadas. Una espesa neblina se esparcía por todo alrededor y ni las luces mortecinas de las farolas lograban alumbrar el paseo sembrado de árboles a ambos lados. No pasaba ni un alma y tan sólo se oía el repiqueteo de mis tacones como un eco a lo largo del camino como si alguien invisible me viniese siguiendo.

Francamente, empecé a sentir un poco de miedo, lamentando, por otro lado, la imprudencia de cruzar por aquel paraje solitario.

De pronto, me di cuenta de que el viento había cesado, reinó por completo el silencio y la oscuridad me envolvió totalmente. ¿Qué me estaba pasando? Quería echar a correr, huir de allí, pero mis piernas no me obedecían. Estaba como petrificada sin poder dar un solo paso. Intenté pedir auxilio pero de mi garganta no salió ni un sonido. Y, de repente, una de las viejas palmeras del camino, condenada a ser talada por haberse secado hacía ya tiempo, bajó sus ramas lentamente, parecidas a sarmientos, hasta casi tocar el suelo. Inesperadamente, de su interior salió una luz vivísima, un resplandor que iluminó toda la escena que yo, sin dar crédito a lo que veía, contemplé maravillada. Al pie del aquel árbol reseco apareció ante mis ojos un hermoso portal de Belén con bellas pero estáticas figuras adorando al Niño Dios, mientras unas voces celestiales, semejantes a un coro de ángeles, cantaban la venida del Mesías llenando el aire de armónicas notas.

Las figuras que componían la aparición eran de una gran belleza, casi parecían de carne y hueso. La Virgen María era como una madonna italiana de rasgos serenos. Un manto azul, todo bordado de estrellas, la cubría y una blanca túnica resplandecía como el alba. Arrodillada ante su hijo, lo protegía con amor maternal. A su lado, de pie, José semejaba un patriarca que los amparase a todos. En su mano portaba un báculo milagrosamente florido que esparcía un suave aroma alrededor. El Niño, de carita preciosa y carne sonrosada, parecía dormir plácidamente en su cunita de pajas que brillaban como el oro. Y de su cabecita brotaban luminosos rayos. Un ángel con las alas plateadas contemplaba la escena mientras la Estrella de Oriente refulgía como un ascua de fuego. Por último, un aura envolvía a todos los personajes con una luz sobrenatural. Era el Nacimiento más hermoso que había visto en mi vida.

¿Qué significaba aquello? Yo era por completo indiferente a toda creencia y lo que estaba sucediendo no podía ser realidad. ¿Quizá sufrí un ligero mareo? ¿Fue la causa la fuerza del viento que me había estado azotando…? Pero la aparición seguía allí. Irreal, con sus quietos y mudos personajes cual estatuas esculpidas en piedra por un genial artista de otro mundo.

Sin saber cómo, noté que una fuerza me empujaba hacia la palmera y, poco a poco, me fui acercando ella. Al observar de cerca la escena, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, pero, al mismo tiempo, inundó mi alma de una gran paz y felicidad: La figura estática del Niño Dios, me miró fijamente con ojos de ternura y dedicándome una sonrisa, con voz cariñosa me decía: –“Cree en Mí”.

Al momento, como por ensalmo, todo desapareció. Cesaron los cantos celestiales. Se apagó el resplandor en el interior de la palmera y el fuerte viento comenzó a silbar mientras las hojas muertas seguían cayendo a mi alrededor.

Yo, incapaz de moverme, continuaba al pie de aquella palmera sin vida y, sin saber no sé qué me impulsó a hacerlo, al azar alcé mis ojos hacia ella y… ¿Qué estaba viendo? ¡No era posible! ¡Había reverdecido! Sus ramas, antes sarmentosas, eran ahora turgentes, frescas, y de ellas pendían jugosos dátiles como doradas lágrimas de agradecimiento por haber cobijado ¡a todo un Dios!

¿Alucinación? ¿Vahído? ¿Enajenación de mis sentidos? No encontraba explicación alguna a lo que acababa de sucederme. Despacio, eché a andar hacia mi casa, inundada de una paz que hacía mucho tiempo que no tenía. ¡Sí! ¡Ese año celebraría de nuevo la Navidad! ¡La más hermosa Navidad de mi vida!

Felicitación Navidad 2020

Asomada a esta ventana de esperanza en una nueva Navidad mejor, aguardo un rayo de Luz que nos ilumine a todos. Paz para Granada Costa y todos sus componentes.

Vuestra amiga Carmen Carrasco

Publicado en el periódico Granada Costa Nacional el 18 de diciembre de 2.020