La pequeña flor

La brisa otoñal aventa en el frondoso jardín las últimas flores del estío. Sus pétalos van cayendo uno a uno deshojados, con desmayo, formando un bello tapiz multicolor que poco a poco cubre el extenso suelo de tonos otoñales. Otras hojas vagan en el vacío cual alas de tristes mariposas que han perdido su rumbo.

Hojas matizadas de las rosas, perfumadas del mítico clavel, delicadas del pequeño jazmín, aladas de leves pensamientos, níveas de sencillas margaritas… van cayendo una a una sin vida. En el jardín no va quedando ya ninguna flor.

Y el jardín, que ya empieza a llenarse de sombras, está triste. Recuerda esos días alegres cuando lleno de sol y algarabía lo visitaban cantarinos pájaros que al piar componían una bella sinfonía de trinos afinados.

También evoca los cansinos paseos de apacibles ancianos que en el verano se cobijaban de los ardientes rayos del sol bajo la protectora sombra de sus árboles cubiertos por cientos de hojas danzarinas.

Y a las felices parejas de enamorados que al pasar junto a ellos, enlazados sus corazones, se hacían dulces promesas de amor y grababan sus nombres en sus viejos troncos.

O a los ruidosos niños que traviesos correteaban incansables por todo el parque alegrando el entorno con sus juegos infantiles. ¡Cuánto los echaba de menos! ¿Por qué no venían ya?

Mas todo aquello pasó. Huyeron los felices días de antaño. Y resignado, el jardín se envuelve entre sus sombras dispuesto a pasar el frío invierno y la ya cercana Navidad sin nadie que lo acompañe. Se siente viejo y solitario sin sus flores, sin sus niños, sin sus pájaros… Él, que todo lo tuvo.

Y de pronto, el viejo parque vislumbra a lo lejos como un blanco destello que resalta en medio de la densa oscuridad. Y el anciano jardín sonríe agradecido y feliz.

¡Ya tiene compañía! Ya no pasará la Navidad abandonado. ¡Ha visto a la más pequeña de sus hijas!

Es una florecilla diminuta
que ha quedado escondida en la hojarasca
y que el viento no ha podido deshojar.

Publicado en el libro «Algo que decir», Ateneo Blasco Ibáñez, 2008.
© 2008 Carmen Carrasco. Todos los derechos reservados